Escrito por Luisa Quijada
El Tomate
Veneno de ayer, delicia de hoy
¡Tomate, glorioso tomate, divino tomate!¿Qué sería de la pizza sin una buena salsa de tomate? Por no mencionar los innumerables guisos, sopas y ensaladas, las salsas para pastas e, inclusive bebidas preparadas con esta exquisita hortaliza, como el jugo de tomate y el coctel Bloody Mary...Por otro lado, el tomate es fuente de sales minerales, principalmente potasio y magnesio, vitaminas B1, B2, B5, vitamina C y carotenoides como el licopeno, que es el pigmento que da su característico color rojo. Estos últimos cumplen una función protectora de nuestro organismo ya que tienen carácter antioxidante. Y por si fuera poco, ¡no engorda!, ya que su contenido energético es de apenas 22 calorías por cada dos tomates.No es de extrañar que su nombre en italiano sea pomodoro, “manzana de oro”.Y sin embargo, ¿quién lo diría?, durante mucho tiempo la gente se abstuvo de comer tomates, porque existía una creencia común que lo catalogaba como venenoso...Efectivamente, el tomate es un fruto de la familia de las Solanáceas, de las cuales pocas son comestibles (como el pimentón, la berenjena y la papa). Por muchos siglos en Europa existió la creencia de que el tomate al igual que otras especies vegetales, como la belladona y la mandrágora, tenía propiedades venenosas y estaba relacionado con prácticas de brujería, dado su parecido con estas plantas; de hecho el nombre en latín del tomate, “Solanum lycopersicum”, utilizado para su clasificación taxonómica, significa “melocotón del lobo”, ya que se creía que podía servir para invocar a los hombres lobos.No era muy popular en el Viejo Mundo, y al ser traído a América, sólo era apreciado como medicamento de aplicación en las enfermedades de la piel. Aún ya entrado el siglo XIX eran pocas, muy pocas, las personas que se atrevían a desafiar la vieja creencia y que sostenían que el tomate no sólo no era venenoso, sino que ere un alimento muy nutritivo; inclusive el inventor de la mantequilla de maní, George Washington Carver, intentó (con muy poco éxito) convencer a los vecinos de Alabama para que incluyeran al tomate en su dieta, la cual era bastante pobre, por cierto.Pero, al parecer, un hecho muy particular comenzó a derribar el mito: según se cuenta, un día el coronel Robert Gibbon Johnson anunció públicamente que a las doce del mediodía del 26 de septiembre de 1820, iba a comerse, en una plaza pública de la ciudad de Boston, una cesta llena de tomates para demostrar la falsedad de su mala fama, e invitaba a todos a presenciar el acto; los vecinos acudieron en masa, esperando verlo caer muerto en cualquier momento... cosa que no sucedió; por el contrario, el coronel Robert Gibbon se comió todos los tomates, se relamió y luego se fue a su casa.Luego de esta ostensible demostración, la supuesta malignidad del tomate quedó ampliamente refutada y, poco a poco, comenzó a difundirse su uso y a ampliarse el número de platillos preparados con él, hasta llegar a la vasta y deliciosa gama que disfrutamos hoy.
¡De lo que se perdieron los que lo creían venenoso!
Tomado de: http://www.cocinaabierta.com/
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